martes, 19 de noviembre de 2013

Segunda nota informativa.

 Hola otra vez a todo el que me lea :) Siento interrumpir la historia, pero hay un par de cosas que me gustaría decir.
 La primera, avisar de que estas semanas me será prácticamente imposible colgar nada más. Ya avisé antes de comenzar que estoy en un curso que requiere muchas horas de estudio y, además, ahora estoy en temporada de exámenes, por lo que necesito incluso más tiempo.
 De todas formas intentaré subir aunque sea una actualización corta los fines de semana o durante un descanso si un día puedo acabar de estudiar antes (aunque, perdonadme, pero lo dudo).
 Disculpad las molestias.

  La segunda... Bueno, principalmente solo quería dejar este aviso, pero creo que no sería justo acabar sin daros las gracias a todos y todas los que seguís la historia.
 Este blog no tiene demasiado tiempo y, sin embargo nada más crearlo recibió una acogida estupenda. Y no solo eso, sino que además de todo dedicáis parte de vuestro tiempo a leerme y apoyarme. Algunos incluso dejáis comentarios que me ayudan y animan muchísimo y... ¿Qué puedo decir? Estoy muy contenta de haber empezado con este proyecto y aún más agradecida con todos los que hacéis que merezca la pena seguir con él.
 Muchas gracias a todos :D


Laura Llg

lunes, 18 de noviembre de 2013


Dudo entre salir corriendo, esconderme o rogarles que se detengan, pero… ¿Quién va a escuchar a alguien como yo? ¿Qué pinta una cría de dieciséis años en una disputa de hombres?
 A sus ojos, nada.
 Cuando aún no tengo del todo claro qué opción escoger, una mano se cierra sobre mi cuello y me arrastra hacia el lugar de la disputa, colocándome entre los dos.
-      ¡Deja las excusas para alguien a quien le interesen y dame mi dinero si no quieres que lo pague una inocente!
 Puedo verle la cara al dueño del puesto, un anciano de aspecto tranquilo cuyo rostro está cada vez más pálido, mirándome con la impotencia pintada en los ojos mientras algo frío me aprieta la garganta. Aprieto la mandíbula con fuerza y aguanto la respiración durante un momento, pero no me resisto.
-      No seas irracional, por favor. – Suplica el anciano levantando ambas manos en ademán tranquilizador. – Suelta a la niña, que no te ha hecho nada la pobre, y solucionemos esto hablando como adultos.
-      ¡¡Cállate!! ¡Calla! ¡Si pagases tus deudas cuando corresponde, nada de esto sería necesario!
 A medida que habla mi captor, la presión que siento contra la garganta se va haciendo más fuerte y, como su mano tampoco me suelta el resto del cuello, temo llegar a casa marcada.
-      Por el amor del cielo, suéltala. Ahora mismo no puedo pagarte, pero sabes que te devolveré todo el dinero lo antes posible… Solo te estoy pidiendo que tengas un poco más de paciencia con este viejo que solo tiene un puesto de dulces ambulante como único sustento. Por favor… Estamos dando un pésimo espectáculo.
-      ¿Y a mí qué me cuentas? ¡Ese es tu problema, no el mío, y tienes que pagarme ya sin importar cómo consigas el dinero! ¡Tengo una familia de la que hacerme cargo, no puedo estar perdiendo el tiempo en cosas como esta!
 Ambas voces están rotas. La del anciano por la pena y el dolor de ver en otra persona una situación que, seguramente, él ha vivido en algún momento y no es precisamente agradable. La del hombre más joven está manchada de rabia y tristeza al verse rebajado a tales extremos solo para poder mantener a su familia. Probablemente se esté preguntando qué pensarían sus hijos si lo viesen hacer esto solo para conseguir dinero y, si es así, lo más seguro es que se sienta despreciable.
 Después de todo, el hombre al que consideraba un miserable criminal se ha convertido en un padre de familia desesperado. Y, con este descubrimiento, el miedo se transforma hasta fundirse con ese dolor, esa rabia que tiñe sus palabras y sus actos. Porque esto no debería estar pasando. No es justo.
 ¿Hasta dónde puede llegar la injusticia en este mundo? ¿Y la desesperación? ¿Por qué se obliga a las personas a hacer cosas tan horribles?

 Pierdo el hilo de mis pensamientos cuando la presión que ejerce sobre mi cuello empieza a volverse dolorosa, tanto que no puedo contener un quejido. Y, de pronto, un chasquido metálico se deja oír entre el jaleo circense.
 Reconozco ese sonido y me las ingenio para levantar la cabeza, haciéndome daño, justo a tiempo para ver cómo una silueta menuda y de aspecto imponentemente gélido se dirige hacia nosotros con un salto impensable para alguien que no tenga una forma física excepcional.
 Mi mente retrocede seis años en el tiempo y se dirige a un callejón no muy lejano para recordarme la sangre y el horror. El mismo horror que me hace reaccionar, dándome valor para hacer lo que no hice ese día.
-      ¡¡Ekko, para!!

domingo, 17 de noviembre de 2013


Disfruto de la actuación como una niña pequeña, igual que cada año. No importa cuántas veces vea la misma función, siempre hay algo diferente que te hipnotiza más si cabe, algún detalle que te crea un nudo en la garganta y acelera tu pulso.
 A decir verdad, se me hace corta. Llamadme inmadura, pero son esos pequeños momentos los que hacen que merezca la pena seguir adelante con todo, porque viendo las distintas actuaciones y el esfuerzo oculto tras ellas puedo darme cuenta de que aún quedan cosas bonitas.
 Cuando la carpa entera estalla en una gigantesca ovación tras el número final, no puedo evitar que me invada una pesada sensación de vacío que intento evadir aplaudiendo yo también. No tardamos en ponernos de pie y salir por donde hemos entrado, al igual que cada año.
 Pero esta vez siento como si una parte de mí se quedase atrapada entre la lona de colores.
-      Estás triste.
 Doy un respingo. Estaba tan absorta en mis pensamientos que casi olvido a Ekko.
-      ¿Qué? No, no lo estoy.
-      Pues estás más apagada que de costumbre.
-      Será el cansancio. – Contesto con un bufido. - ¿Y qué narices es eso de “más apagada que de costumbre”? ¿Acaso normalmente tengo cara de muerta?
Me mira fijamente durante un segundo y luego ladea la cabeza, mirando a ella sabrá dónde con cara de no haber roto un plato en su vida. No es muy dada a este tipo de reacciones, así que no puedo evitar reírme.
-      Mira que tienes morro cuando quieres… En fin, ¿quieres jugar a algo?
-      Deberíamos volver, Lis. Es tarde.
 Quiero replicar, pero no sé lo que responderle: si se le mete en la cabeza que algo no es seguro para mí, no va a ceder. Está realmente obsesionada con eso de protegerme.
-      Vale, vale. Pero compremos algo dulce para tomar por el camino, ¿qué tal manzanas de caramelo?
 Se encoge de hombros, lo que interpreto como una respuesta afirmativa. Echo a correr hacia el puesto antes de que pueda cambiar de opinión y dejarme sin dulces, pero tengo que detenerme nada más llegar cuando veo la acalorada pelea entre el dueño del puesto y otro hombre de aspecto extraño.
Temerosa e insegura, me quedo clavada en el sitio esperando que el problema se solucione pronto. Aunque a juzgar por los gritos e insultos, esto no tiene pinta de ir a resolverse de buenas maneras.

 No soy capaz de moverme, por lo que escucho el fuego cruzado de acusaciones. Parece que sea un problema de deudas, aunque ni estoy segura ni tengo especial interés en cerciorarme.
- ¡¡Parece que no lo entiendes, maldita sea!! ¡No puedo estar esperando a que te dé la gana de reunirlo, así que dámelo de una vez!
 El hombre de aspecto extraño golpea el puesto con tanta fuerza que, por un momento, temo que lo rompa. Algunas manzanas caen al suelo y los cacharros emiten un quejido metálico, por lo que doy un par de pasos hacia atrás. Los pies se me traban.
 No me caigo, pero al recuperar el equilibrio piso de forma muy ruidosa, atrayendo su atención. Cuando se gira hacia mí me quedo paralizada. No sé cómo reaccionar.
 

viernes, 15 de noviembre de 2013


Sonríe levemente y ladea la cabeza. Ya conozco demasiado bien esa expresión de “no tienes remedio.”
 Sé que piensa que no soy práctica, que tengo la cabeza llena de pájaros y me dejo llevar por fantasías que solo existen en los libros. Todo el mundo lo cree y la verdad es que seguramente tengan razón, pero me importa un pimiento.
 A diferencia de lo que piensa la gente, crecer en una familia adinerada no es nada sencillo: tienes que ser perfecta. La más guapa, la más inteligente, la más habilidosa en todo tipo de tareas… Y mi condición lo empeora todo. No solo aprovechan que apenas puedo salir de casa para doblar mis horas de formación, sino que lo hacen porque soy defectuosa e intentan por todos los medios que no les avergüence ante esta sociedad hipócrita en la que un defecto genético se considera poco menos que una maldición.
 ¿En serio alguien espera que me sienta cómoda entre tanta escoria? Prefiero mil veces vivir entre las aventuras de los libros. Al menos en ellos hay personajes honestos.
 Miro a Ekko, que se ha parado a mi lado y me taladra con sus ojos de hielo. No habla, no gesticula ni se mueve, pero no lo necesito para comprender que ha adivinado lo que estoy pensando.
-      Yo no le daría tantas vueltas a todo. ¿No has dicho que esta era nuestra celebración privada?
-      Y lo es, pero…
-      Pero nada. Estamos en un sitio que te gusta, lo normal es que te diviertas.
 Sonrío. Sigue siendo bastante ruda, pero sé que esa es su forma de decirme que no me preocupe y que debo animarme, así que me acerco a la carpa principal y asomo la cabeza: está oscuro y la gente va tomando asiento poco a poco.
-      Parece que llegamos a tiempo para la última función de hoy. ¿Quieres entrar a verla?
 Por toda respuesta, se adelanta en un par de zancadas. La observo, dejándose tragar por la oscuridad que pronto dará paso al espectáculo y no puedo evitar sentirme inquieta durante un instante.
 Sacudo la cabeza, no hay nada de lo que preocuparse. La alcanzo con una carrera corta durante la que tropiezo con un par de personas.
 Mientras buscamos asientos con buena visibilidad, no soy capaz de apartar los ojos de los artistas que ensayan antes de su número.

miércoles, 13 de noviembre de 2013

CAPÍTULO 2


 El tiempo pasaba y con él mi inicial aversión hacia Ekko. Ambas fuimos adaptándonos la una a la otra: yo me acostumbré a tenerla pegada prácticamente las veinticuatro horas del día y aprendí a no asustarme si aparecía de pronto en mi cuarto con su habitual sigilo felino. Ella trató de socializar un poco con la gente de la mansión y se esforzó por hacerse notar de vez en cuando para no matar a las criadas de un infarto.
 Durante los meses siguientes fui aceptando que me acompañase en todas mis escapadas y al año siguiente ya las planeábamos juntas.
 Y así hasta hoy.
* * *

 Es noche cerrada. El viento sopla, ensañándose con los cristales, y las nubes presagian lluvia. Pero nada de eso puede detener el torrente de vida que desfila por las calles.
 Bajo las escaleras de puntillas, rezando para no hacer crujir los escalones bajo mi peso. Al saltar el último, me dirijo al recibidor todo lo rápido que puedo, capa en mano.
 Abro la puerta con una mano mientras con la otra me ajusto la capa, aunque no me pongo la capucha hasta estar fuera y cerrar con toda la delicadeza de la que soy capaz.
  Alzo la cabeza para ver mejor las gigantescas telas multicolores que forman las carpas y sonrío sin poder evitarlo. Ahí empezó todo.
 Tengo dieciséis años. Han pasado seis desde el traumático suceso que me permitió ver a Ekko de forma diferente y, como si de una especie de aniversario se tratase, ambas venimos a ver el circo ambulante cada año; siempre juntas y siempre el mismo día.
 Comienzo a andar, consciente de que ella me sigue con su habitual sigilo. No puedo evitar mirarla y dejarme llevar por un sentimiento extraño al percatarme de cuánto ha cambiado: sigue siendo algo más baja que yo y no hay forma de que coja un poco de peso, sigue siendo igual de imponente y fuerte, pero… Su cabello ha crecido un poco. No demasiado, insiste en llevarlo corto porque dice que es más cómodo, pero al menos pude arreglármelas para igualarlo. Aunque normalmente viste ropa de chico por los mismos motivos, Ekko es una chica y eso empieza a notarse en su cuerpo.
 El cambio más notable son sus ojos, que ya no intimidan e incluso son capaces de sonreír a veces.
 Aunque, ahora que me paro a pensarlo, creo que el cambio en ese sentido ha sido mío: he aprendido a ver más allá de la frialdad, a leer sus sentimientos y tenerlos en cuenta aunque nunca los muestre…   Me ha costado seis años, pero creo que empiezo a comprenderla un poco. Ese ha sido mi gran avance durante este tiempo.

 
Tardo un momento en darme cuenta de que ella también me está mirando fijamente y no puedo evitar reírme mientras acelero un poco, sintiendo el aire impactando contra mi rostro.
-      Venga, que a este paso nos va a amanecer.
 Asiente con rapidez y la veo caminando a mi lado en solo unos segundos. Ella no lleva capa ni nada que se le parezca, así que me preocupa que pueda pasar frío. Aunque lo cierto es que nunca la he visto enferma.
-      ¿Por qué venimos cada año?
 La miro extrañada. No esperaba esa pregunta.
-      ¿Qué pasa, no te gusta?
-      No es eso. Ya debes saberte de memoria cada rincón, ¿por qué seguimos viniendo?
 Me detengo en seco, justo delante de ella y la miro directamente a los ojos, aunque para eso tengo que quitarme la capucha.
-      ¿Y qué si me lo he aprendido de memoria? Este lugar es especial. En cierto modo, todo empezó aquí. Es nuestra pequeña celebración privada. Además, la gente cambia a cada momento: falla, aprende de sus errores y evoluciona para cometer otros nuevos y seguir aprendiendo de ellos, así que no hay dos días iguales. Y menos dos actuaciones iguales.
-      Si las hubiese, algo me dice que seguirías viniendo. ¿Por qué amas tanto el circo?
 Ahora soy yo la que se queda pensando. ¿Por qué?
 Me hago un lado para que podamos seguir caminando y, poco a poco, nos vemos inmersas en el enredo de luces y olores que tan bien me hace sentir. Trajes deslumbrantes, payasos, malabaristas… Y al verles a todos, la respuesta viene sola.
-      No estoy segura de que haya un motivo concreto. Más bien, el circo es un motivo en sí. ¿Sabes? Desde que lo leí en los cuentos que tenía de niña, me enamoré de ese ambiente. El no tener un lugar fijo y poder llevar la casa a cuestas, la dedicación y el esfuerzo para hacer un buen número, los aplausos de la gente, los amigos que se hacen en el camino… Y ahora que puedo conocerlo de cerca es el doble de maravilloso. Se respira libertad por todas partes.

lunes, 11 de noviembre de 2013


Esperé para asegurarme de que la había entendido bien, ya que nunca había escuchado ese nombre. Era extraño, así que solo contesté cuando estuve segura de saber pronunciarlo.
-      ¿Ekko qué más?
Me miró fijamente durante un instante. La confusión había vuelto a sus iris de hielo.
-      ¿Cómo que qué más?
-      Me refiero a tu apellido. ¿Cuál es tu nombre completo?
-      Ekko es mi nombre completo. – Contestó con tono desorientado. - ¿Qué es un apellido?
 Esa pregunta me pilló desprevenida. Ya podéis imaginar lo complicado que fue para mí encontrar una respuesta decente en ese momento.
-      Pues… Es una palabra que va justo después de tu nombre y que compartes con toda tu familia. Mi padre dice que los apellidos son importantes, porque por ellos puedes saber el nivel o la fama de las familias; pero yo pienso que eso es estúpido. Mi nombre completo es Lisbell Peyren, pero si vamos a estar mucho tiempo juntas puedes llamarme Lis.
-      ¿Por qué Lis?
 Titubeé. ¿Por qué Lis? Nadie me llamaba así, ni lo había hecho nunca.
 No, claro que no. Yo siempre había sido Lisbell o la “señorita Peyren”. No tengo nada en contra de mi nombre, pero la sensación de criarse en un entorno donde nadie te llama de forma cariñosa cuando eres pequeña no es agradable.
  Supongo que fue una especie de rechazo a tanto protocolo, un pequeño acto de rebeldía. Era algo de lo que nadie se daría cuenta, pero lo había decidido sola y me sentía bien solo con eso.

 Las horas siguientes transcurrieron sin mucha novedad. Ekko era fría, misteriosa y ligeramente mecánica, pero comprendí que no dejaba de ser una persona. Me transmitía mucho respeto e incluso me inquietaba bastante en ciertos momentos, pero el pánico que sentía al mirarla poco a poco se fue transformando en curiosidad.
 Sé que puede sonar extraño. Haberla aceptado sin más después de una experiencia tan traumática, sin duda es difícil de creer. A veces me da por recordarlo y tengo que admitir ante mi propia conciencia que yo tampoco lo comprendo muy bien.
 Los niños son diferentes, nobles. No tienen malicia y pueden intentar comprender a una persona aunque esta se lo haya hecho pasar mal, y si hay algo de lo que realmente me alegro es de haberla conocido siendo una niña.
 Tras un tiempo indefinido de charla, las emociones me pasaron factura y mi cuerpo me obligó a dormir, así que me arrebujé entre las mantas con una leve sonrisa.
 Aunque no comprendía del todo lo que eso quería decir, aquella noche había empezado desde cero. La resignada y obediente Lisbell había dejado un hueco para mi nuevo yo. Había nacido Lis.

domingo, 10 de noviembre de 2013


 Aquello me pilló completamente desprevenida: no solo era la primera vez que la oía hablar, sino que además lo había hecho en mi idioma. Tenía un ligero acento que no supe identificar, pero se la entendía perfectamente.
 Terror y asombro se mezclaron en mi interior al escuchar esa voz neutra, vacía y tan fría como su aspecto físico.
 ¿Qué debía responderle? ¡Por supuesto que le tenía miedo! ¡Mucho más que miedo! Y sin embargo…
 En cierto modo, sentí que también era la voz de una niña.
 Una niña como yo.
 Movida por un sentimiento incomprensible y esa inocente curiosidad que solo se tiene a los diez años, sequé mis lágrimas como buenamente pude e hice un gesto de duda.
-      Sí y no. – Intuí que quería una explicación, de modo que obligué a mis temblorosas cuerdas vocales a dársela. – Tengo miedo de lo que he visto. Mucho, muchísimo miedo. Pero hemos estado solas muchas veces y nunca me has hecho nada.
Tragué la poca saliva que me quedaba, esperando su reacción. Aunque era casi imposible percibir algún cambio en aquel rostro inexpresivo.
 Permaneció así unos minutos, sin moverse ni un centímetro. Solo un par de parpadeos evitaron que la confundiese con una estatua.
 Cuando ya me estaba resignando a dar por terminada nuestra efímera conversación, la extraña relajó un poco el cuerpo.
-      Solo lo hice porque era necesario. Ese hombre iba a hacerte daño.
 Lo dijo como si estuviésemos hablando de tirar los fragmentos de un cristal roto para que nadie se cortase al pisarlos. La indiferencia de su respuesta y el hecho de que arrebatarle la vida a una persona le parecía algo completamente normal me asustaron incluso más.
-      Pero… ¡Lo que has hecho está mal! ¡Muy mal!
 Volvió a parpadear y, por un instante, me pareció que estaba confusa.
-      ¿Mal? Solo te estaba protegiendo. Es mi trabajo.
-      ¡Puede que sea tu trabajo, pero no tenías que…! – Se me cortó la voz al recordar de nuevo la escena, y supe que esa imagen habitaría en mis pesadillas durante mucho tiempo.
Cerré los ojos un momento para intentar relajarme. Esa tranquilidad no era normal. Ninguna persona podría cometer tal atrocidad y quedarse como si no hubiese pasado nada.
 Bueno, casi como si no hubiese pasado nada. No mostraba arrepentimiento, pero parecía que su confusión iba creciendo paulatinamente con cada palabra. Y eso se reflejaba en sus ojos.
-      Si no estaba bien, ¿por qué no me dijiste que no lo hiciera?
 En ese momento fui yo la sorprendida. ¿Cómo que por qué no se lo dije? ¡Matar está mal, eso es algo que se sabe desde que empiezas a razonar!
 No supe lo que responder. Dejando de lado el hecho de que en ese momento estaba demasiado atemorizada para pronunciar una sola palabra, eso es algo que no necesitas que te recuerden: no se hace y punto.

 Abrí y cerré la boca un par de veces, a ver si de esa forma se trazaba una respuesta con un mínimo de sentido. Pero no conseguí nada.
 Aturdida ante aquella pregunta, decidí que lo mejor era desviar el tema de conversación.
-      ¿Por qué nunca hablas? ¿No es aburrido estar siempre callada?
 Tardó un momento en responder, pero finalmente hizo un gesto de indiferencia con los hombros.
-      No tengo mucho que decir. Tampoco se me pregunta nada.
 Aquella conversación empezaba a ponerme nerviosa: todo era breve, frío y extremadamente lógico. ¿Acaso no sentía? ¿No tenía opiniones, deseos o ideas? ¿No era una niña normal?
 De pronto, cientos de preguntas se me enredaron en la mente. ¿Quién era y de dónde venía? ¿Qué le gustaba hacer? ¿Por qué estaba siempre magullada? ¿Cuándo había llegado a mi casa? ¿Por qué siempre estaba quieta y alerta? ¿Qué edad tenía realmente?
 Aquella, pensé, estaba siendo la noche más extraña de todas las que había vivido hasta entonces.   Aunque lo que no sabía era que el futuro me deparaba otras bastante similares.
 No tenía muy claro qué hora era, ni cuánto había dormido. Supuse que pronto amanecería, aunque no estaba especialmente cansada.
 Suspiré. Mi temor mermaba poco a poco y no supe si eso era bueno o malo.
 Aquella niña había matado a un hombre, ¿cómo podía estar charlando tranquilamente con ella? Bueno, supongo que fuera de la resignación y la confianza infantil: yo era débil e impresionable, defectuosa. Si quería hacerme daño probablemente lo lograría antes de que intentase gritar, así que no tenía forma alguna de defenderme y supongo que fue esa certeza la que instó a mi instinto a “aliarse con el enemigo.”
 Durante un breve período de tiempo, ninguna de las dos dijo absolutamente nada. Las preguntas sin respuesta seguían revoloteando dentro de mi cabeza y, por algún motivo, no me decidía a formular ninguna en voz alta.
 La miré. Su mano derecha había recobrado sus dedos finos y pálidos, cosa que me hizo preguntarme si el recuerdo de aquellas extrañas garras no era más que un producto de mi imaginación. Todo era cada vez más confuso: si la observaba así, parecía casi normal. Era simplemente una niña albina, magullada y delgada, pero no parecía ni la mitad de aterradora.
 Pero seguía teniendo ese algo extraño que resultaba intimidante.

Decidí que alguna de las dos debía llenar el vacío. En vistas de que ella permanecería callada a menos que se la instase a hablar, decidí hacerlo yo con una de las preguntas que tantas ganas tenían de salir.
-      Oye, ¿tienes nombre?
 Tardó un poco menos que de costumbre en reaccionar y, cuando lo hizo, fue con un gesto de sorpresa que asocié a la falta de costumbre a responder preguntas personales. Asintió con la cabeza, haciendo que su desigual cabello se meciese a su alrededor en un desordenado baile.
 Al pasar unos segundos y ver que esa era toda su respuesta, resoplé desesperada.
-      ¿Y cómo te llamas?
Volvió a inclinar ligeramente la cabeza, pero esa vez su expresión se volvió más relajada e infantil. Fue en ese preciso instante cuando una parte de mí comprendió que, en cierto modo, era inofensiva.
-      Ekko.